El design thinking es uno de los términos de moda que ahora están en boca de todos. Pero, ¿en qué consiste realmente? Para los que aún se lo están preguntando, lo resumiremos brevemente: Se trata de un método creativo donde prima la participación del equipo de trabajo para buscar soluciones innovadoras o la creación de un nuevo producto.
Además de eso, este método pone al usuario final como centro del proceso. En otras palabras, promueve el ir a hablar con el consumidor directamente para lograr un feedback mucho más acertado y eficiente, en vez de reunirse entre los empleados de una misma empresa. Menos reuniones y más salir a la calle, vaya.
De todas formas, esto que en su inicio no era más que otro proceso creativo dirigido a reducir costes, actualmente el design thinking se ha elevado a la categoría de “cultura de trabajo”, por la forma de interactuar entre colegas de trabajo que exige el método.
¿Y para qué sirve el design thinking?
Aunque a primera vista pueda parecer un concepto vacío o “humo”, lo cierto es que esta metodología tiene sus ventajas:
- La primera y principal ventaja es que los resultados del proceso se ven en cuestión de días. Si una idea funciona o no, lo podremos saber a corto plazo y con una mínima inversión simbólica.
- Al ser un método que sólo puede realizarse en equipo, aprovecha todos los talentos e ideas de los empleados por igual, dando valor al proceso creativo. Es decir, la opinión de un jefe valdrá lo mismo que la de cualquier otra persona de otro cargo o departamento. Esto hace que no haya filtros y se pueda aprovechar la creatividad de empleados que no serían escuchados de otra forma.
- Gracias al punto anterior y a que todos los participantes tienen un objetivo común, se genera cierta empatía y se logra una mayor cohesión entre los miembros del equipo de trabajo.
- No sólo fomenta la creatividad, sino que persigue la solución innovadora. Durante el proceso, entre todos analizarán qué ideas son más manidas y cuáles parecen más prometedoras. Esto permitirá encauzar la creatividad hacia una innovación práctica, y no sólo en un ámbito abstracto. Pero, ante todo, priman las ideas factibles y rentables por encima de grandes ideas que son sólo “ideas bonitas”.
Este “movimiento” ya tiene su escuela en Stanford (School of Design Thinking) donde se profundiza en el tema y se realizan estudios sobre el impacto del design thinking en las empresas.
En dichos estudios, la mayoría de las empresas afirmaban que reducían los costes de creación de nuevos productos o que eran más eficientes creándolos. Pero no sólo eso, sino que también mejoraba la cultura de trabajo y la cohesión entre sus empleados.
Total, que el tema promete, ¿no?
Fases del design thinking:
Según la Universidad de Stanford, que son los que realmente saben y perfeccionan el tema, este proceso debería tener las siguientes fases:
- Empatizar: Esta fase se basa en escuchar al consumidor y ponernos en su lugar. ¿Qué le frustra, le motiva o le emociona?
A través de diversas herramientas como el mapa de empatía, la ficha persona, entrevistas o un simple customer journey iremos buscando nuevas perspectivas para descubrir deseos, necesidades y oportunidades.
- Definir: Analizando el trabajo realizado en la fase anterior, podremos ir extrayendo las primeras conclusiones. Pero lo principal de esta fase es definir bien la necesidad que queremos resolver o el problema que queremos solucionar. Se trata de evitar desarrollar una gran idea para un problema equivocado que, simplemente, ni existe.
- Idear: En esta fase se lanzarán ideas sin valorar la novedad o no de las mismas. Ni siquiera si ha funcionado antes o no. Ni tampoco si es posible que funcione en sí misma. Aquí sólo vale abrir la mente y cuestionarnos todo, sin juzgar nada.
En esta fase buscaremos la cantidad de ideas por encima de su calidad. Se trata de generar una gran lluvia de ideas y que podamos construir nuevas sobre las dichas por los compañeros.
Una vez realizado todo el proceso, se escogerán las mejores ideas según unos criterios de innovación y viabilidad.
- Prototipar: Cuando se escoja la idea, construiremos un prototipo rápido de usar y tirar y, sobre todo, barato. Lo suficientemente concreto como para que el usuario pueda probarlo y validarlo (o mejorarlo, o echarlo para atrás).
Si el usuario lo echa atrás, deberemos volver a las fases anteriores. Si lo valida, haremos el producto mínimo viable (un producto más serio, que se acerca más a lo que será en realidad).
- Testear: Aquí recibiremos el feedback del usuario. Es importante conocer de forma argumentada lo que les gusta, lo que no y lo que echan de menos.
- Implementar: Se definen los recursos y las acciones para lanzar el producto. También se repartirán los roles (quién hace qué).
Como se puede ver, es una buena forma de lanzar un producto con una mayor seguridad de que existe un mercado dispuesto a pagar por ello. Y vosotros, ¿habéis podido experimentar con este método? ¡Cuéntanoslo todo!